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Prensa Latina

25 de marzo de 2011.-  A 75 muertos y 111 heridos ascendió hoy la cifra de damnificados por el reciente terremoto de siete grados en la escala abierta de Richter, que sacudió anoche el noreste de Myanmar en la zona fronteriza con Tailandia y Lao.

Fuentes oficiales aseguraron que la mayor parte de los fallecidos residían en localidades diseminadas por las montañas.

Unas veinte personas murieron sepultadas por los escombros de una iglesia donde rezaban al momento del seísmo, en la aldea de Ja Kuni, a unos 80 kilómetros al este de Tachilek, la ciudad del país más afectada por el terremoto.

Similar cantidad de víctimas mortales se registraron en el poblado de Tarlay, cerca del epicentro del sismo, donde también quedaron derruidos más de 50 inmuebles.

La policía reportó 390 casas, 14 monasterios y nueve edificaciones gubernamentales destruidos en los territorios de Tarlay, Naryaung y Monglin.

El terremoto, con epicentro a 10 kilómetros de profundidad, y sin posibilidad de generar tsunami de acuerdo con expertos, generó daños a unos 235 kilómetros al noreste de Chiang Mai, la segunda mayor ciudad de Tailandia y conocido destino turístico.

Por su parte autoridades locales y estatales se centran en las labores de rescate tras el sismo, según detalló el rotativo Antara News, y que causó escenas de pánico.

Luego de registrarse el seísmo se reportaron más de seis réplicas posteriores y autoridades esperan un aumento significativo de las víctimas ante la dificultad de socorrer a habitantes en zonas que quedaron inaccesibles.

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Ofrenda de alimentos en Cotocollao, donde se asentó la cultura del mismo nombre afectada por la erupción del Pululahua hace 2546 años. Foto: Tatiana Roa 

    La relación entre los volcanes y las sociedades humanas es antigua y difícil. Hace 2 546 años, una gran erupción del volcán Pululahua –según los investigadores Alexandra Alvarado y Marcelo Villalva- cubrió de cenizas los campos del norte del actual Quito e interrumpió el desarrollo de la cultura Cotocollao, cuyos  aproximadamente 2 000 habitantes se vieron obligados a migrar ante la imposibilidad de cultivar y alimentarse.

     Determinar qué capas de ceniza están relacionadas con las culturas asentadas en la Costa ecuatoriana como Valdivia, Chorrera, Jama-Coaque o Manteña y sobre todo cómo las erupciones volcánicas afectaron a estas culturas fueron los propósitos de la tesis “Distribución de las cenizas holocénicas tardías en la Costa del Ecuador”, con la que Silvia Vallejo, del Instituto Geofísico, acaba de graduarse como ingeniera geóloga.

     Teniendo en cuenta que a lo largo de la Costa ecuatoriana se han hallado cenizas volcánicas de erupciones ocurridas desde hace miles de años hasta nuestros días, la investigación de Vallejo se centró en determinar qué capas de ceniza tienen vinculación con los diferentes períodos culturales identificados. De esta manera se podría saber el efecto que una erupción tuvo sobre un determinado pueblo, en términos de migración o extinción por ejemplo.

     Para ello, la geóloga buscó volcanes que hubieran presentado erupciones históricas muy fuertes (grado 3 a 5 en el Índice de Explosividad Volcánica). Los escogidos fueron el Cuicocha, el Pululahua, el Guagua Pichincha, el Ninahuilca, el Cotopaxi y el Quilotoa, ya que habían tenido erupciones muy fuertes en los últimos 7 mil años, periodo que coincidió con el asentamiento de muchas culturas asentadas en las costas del actual Ecuador.

     El siguiente paso fue tomar 56 muestras de cenizas “distales” (es decir, llevadas por el viento lejos de los volcanes) en 21 lugares de la Costa, en una zona comprendida entre La Tola, en Esmeraldas, y Salango, en Manabí. Se trabajó en la línea costera, esteros, cortes de carretera y sitios arqueológicos, como Japotó en San Jacinto, Manabí. A estas muestras se sumaron otras 20 muestras “proximales” (muestras de ceniza cuyo origen y fecha ya han sido identificados) tomadas por los vulcanólogos Minard Hall y Patricia Mothes desde los años 90.

Silvia Vallejo recolectando una muestra de cenizas distales en Cabo Pasado, Manabí.

     A continuación, las cenizas fueron sometidas a un proceso de lavado, secado y tamizado a fin de ser analizadas al microscopio en el laboratorio. El análisis concluyó que las muestras recolectadas correspondían a las erupciones del Quilotoa, del año 1150 después de Cristo (D. C.); dos erupciones del Guagua Pichincha: una del año 850 D. C. y la otra del año 1600 A. C. (Antes de Cristo); una del Pululahua del año 535 A. C.; otra del Cuicocha del 1040 A. C.;  una del Ninahuilca, que aconteció en el año 320 A. C.; y finalmente dos del Cotopaxi: la primera ocurrida en el 5820 A.C. y la segunda en el 3990 A. C.

     En el sitio arqueológico Japotó, donde se asentó la cultura manteña entre el año 800 y el año 1532 de la era cristiana, el trabajo conjunto entre vulcanólogos y arqueólogos permitió determinar que la ceniza hallada en una de las tolas correspondía a la erupción del Quilotoa del año 1150. Silvia Vallejo tiene la hipótesis de que los manteños usaron la ceniza volcánica como elemento decorativo y constructivo en sus tolas, como una especie de enlucido para las paredes.

      Los efectos positivos y negativos que pudieron traer las erupciones volcánicas a las culturas precolombinas de la Costa ecuatoriana aún están por determinarse. Sin embargo, Vallejo considera que la utilidad de este trabajo para el presente está en recordar a la población, especialmente de la Costa, la cual muchas veces percibe a los volcanes como algo “lejano”, que así como éstos afectaron a las culturas ancestrales, también pueden afectar a las sociedades contemporáneas. La vulcanóloga recuerda que erupciones históricas del Cotopaxi arrojaron hasta 50 cm de ceniza sobre ciertas áreas de la Costa y que “ningún techo de una casa actual resistiría el peso generado por esta cantidad de ceniza”. Tal vez para dejarlo claro, el 28 de mayo de 2010 el volcán Tungurahua, en una erupción de tamaño moderado, arrojó, de acuerdo con información compilada por Jorge Bustillos del IG, 2’140 000 metros cúbicos de ceniza. Los vientos llevaron la pluma volcánica con dirección a Guayaquil y ocasionaron la cancelación de numerosos vuelos, la contaminación de fuentes de agua y molestias respiratorias a miles de personas en el Puerto Principal. Como para recordarnos que, pese al desarrollo tecnológico, la naturaleza tiene la última palabra y la historia puede aportarnos importantes claves para comprenderla. (GM)
Las pruebas en la Politécnica Nacional. Los técnicos realizan investigaciones sobre las viviendas y materiales sismorresistentes. Foto: Archivo El Comercio
Víctor Vizuete - El Comercio

     En efecto, para Jorge Valverde, profesor titular de Ingeniería Civil de la Escuela Politécnica Nacional, un evento de esa naturaleza está previsto. “Esperamos un sismo de 8,4 grados Richter, uno de los grandes. Esto viene del análisis del riesgo sísmico que se hizo hace unos 15 años. El estudio de probabilidades determinó que habrá un suceso de esta magnitud en el país, talvez frente a las costas de Esmeraldas y Manabí. O en otra parte, incluida Quito”.

      Mientras más tiempo pasa entre un sismo y otro, la cantidad de energía acumulada aumenta y su liberación se traduce en un terremoto de gran magnitud. Parecería preferible tener sismos pequeños pero seguidos en tiempo, que uno solo en un lapso mayor.

      Además, en el caso de Japón, sobre los tsunamis, quedó demostrado que no existe preparación alguna o prevención eficaz.

      La energía del agua, al ser superficial, es mucho mayor que la de las ondas sísmicas ya que su atenuación es mínima. Toda la energía se descarga en tierra.

      Pese a que en este momento no hay posibilidades de afrontar un tsunami, ¿está preparado el país para soportar un terremoto severo, de la escala de los de Chile y Japón? Todos los expertos consultados sostienen que no. Entre ellos el director del Instituto Geofísico, Hugo Yepes, los ingenieros Otto Maldonado, Fabricio Yépez y el arquitecto Aldo Echeverría, catedráticos de la Universidad San Francisco, al igual que el constructor Rafael Ruales y el máster en restauración Eduardo Báez.

      Maldonado es categórico: si con un fuerte aguacero se caen casas, no se diga con un sismo.

      ¿A qué se debe esta vulnerabilidad? Existen varios factores, como la construcción en sitios de riesgo como taludes y quebradas, pero los expertos coinciden en que la mayor causa de riesgo está atada a la informalidad.
 
      La construcción informal en el país es casi del 70%. ¿Qué pasa cuando a un canasto repleto de huevos se le colocan más encima?, pregunta Echeverría. “Los de arriba se caen y dañan el resto. Así es la construcción informal”.

      En Ecuador se carece de registros municipales de planos y licencias de construcción rígidos. Estos no pasaron por la revisión de un profesional y las edificaciones fueron construidas por maestros de obra con mucha o ninguna experiencia.

      Yepes recalca que en estos procedimientos se observan requerimientos mínimos, que tienen graves consecuencias en el colapso inminente de las estructuras, lo que convierte a un terremoto en una tragedia de gran magnitud. “Estas catástrofes no solo cobran vidas humanas valiosas sino que retrasan el desarrollo durante años del país afectado”, apunta.

      Las edificaciones informales además carecen de un adecuado diseño de hormigón, generalmente con exceso de agua en la mezcla, recalcan Maldonado y Ruales. Algo similar se puede decir de la cantidad de acero usado en las estructuras, de su doblado, figurado, amarrado, de manera antitécnica. “Y qué decir de la elaboración de mampuestos (morteros para mamposterías), de deficiente fabricación, de la calidad de las mezclas”, agrega Ruales.

      Las consecuencias frente a un sismo fuerte o aun terremoto son lógicas: esas construcciones se irán al suelo. Colapsarán, sin remedio. Las soluciones para este problema son muy complejas. Pero todas pasan por el control. Por tratar de disminuir el índice de informalidad y hacer cumplir las ordenanzas. Es decir -explica Echeverría- hacer prevención.

      En esta línea, la educación es básica. La prevención debe empezar en las escuelas, dice Maldonado. Debe incluirse la materia de prevención de desastres.

      Aunque la construcción formal ha mejorado mucho y el Código de la Construcción se está actualizando con el apoyo del Gobierno, aún falta control efectivo, lo que se aprovecha para incumplir con las especificaciones y levantar un edificio de riesgo.

      “Muchos profesionales planteamos que por Ordenanza los edificios de más de ocho pisos tengan su propio control. Instalar un acelerógrafo y un sismógrafo cuesta menos que instalar una cocina con baldosa italiana”, destaca Valverde. Este monitoreo debe ir ligado a alguien que recopile esa información y haga un seguimiento. Si los constructores no cumplen no se les da el permiso.

      Ruales, constructor de vivienda popular, apunta al mercado inmobiliario. “El mercado, el negocio inmobiliario irresponsable e, incluso, la intervención cada día mayor de capitales sin procedencia regular; la desatención a los más necesitados que deben alejarse del centro, buscando dormitorio en sitios y lugares inconvenientes aumentan la vulnerabilidad”.


La sismorresistencia es la alternativa

      Sucedió en el propio Japón, en la década de los cincuenta. El día de la inauguración del llamado primer edificio ‘totalmente antisísmico del mundo’, el Hotel Emperador, sucedió un movimiento de gran intensidad. El edificio resistió, pero, tiempo después, tuvo que ser derrocado porque tenía graves fallas estructurales.
Eso fortaleció la idea de la sismorresistencia como el remedio más lógico para enfrentar a los terremotos y otros fenómenos naturales.

      Pero ¿qué es un edificio sismorresistente? El ingeniero Otto Maldonado lo define como una estructura dúctil que debe cumplir tres condiciones de diseño: existencia, permanencia y factibilidad. En palabras más asequibles, un edificio sismorresistente debe garantizar su equilibrio ante una acción posible: un sismo, un huracán... Esto no significa que el edificio no colapse. De hecho puede caerse, pero antes debe garantizar su estabilidad hasta que sea evacuado totalmente y con el menor peligro posible para sus ocupantes.

      Las edificaciones deberán ser diseñadas para minimizar los problemas para las personas que las habitan, para limitar los daños. Un aumento en la cantidad del material (secciones de vigas y columnas más anchas, losas de mayor espesor) y un mejoramiento de la calidad y la resistencia de los materiales de construcción logran, por lo general, los objetivos propuestos.

      Los materiales son claves. El adobe y el tapial son muy rígidos; es decir, son menos capaces de aguantar la onda sísmica y se rompen con el pandeo (movimiento oscilatorio). La piedra, que es excelente para la compresión, al estirarse es 10 veces más débil, explica Echeverría. En consecuencia, también tiene sus riesgos. El acero y el hormigón armado son mucho más dúctiles y elásticos. Esas cualidades aumentan su resistencia a la acción de sismos y otros fenómenos.

¿Qué estructuras son las más importantes?

      Paradoja de paradojas: la Defensa Civil, una de las instituciones vitales en la planificación, prevención y mitigación de los efectos de una catástrofe de cualquier origen y que debería estar en una de las estructuras diseñadas para soportar los sismos más severos, funciona en un edificio que no cumple esos requerimientos.

      Ese es un gran error, dice Aldo Echeverría, porque los edificios que deben resistir de mejor manera la acción de los terremotos severos son los que funcionan como entidades de ayuda, bomberos, hospitales, escuelas...

      En teoría, esas edificaciones no deberían caerse ni con terremotos como los últimos de Japón y Chile.
Lamentablemente, eso no sucede en el país. Aunque sí hay ejemplos plausibles, como el Hospital Carlos Andrade Marín. Este hospital, que fue diseñado como un monobloque por el arquitecto Distel y fue inaugurado el 30 de mayo de 1970, se muestra como una construcción sólida y sismorresistente, explica Otto Maldonado. “Eso no se puede decir, en cambio, de muchos hospitales y centros de salud de otras ciudades y cantones de la patria, cuyas lastimeras imágenes miramos casi a diario en la televisión”.

      Por esa razón, porque deben ser las estructuras más resistentes, agrega Echeverría, las escuelas deben tener un reforzamiento estructural del 25% más que los edificios comunes; y los hospitales y puentes del 50% más. Así, por ejemplo, si una casa normal utiliza hormigones de 210 kg/cm², una escuela utilizará concretos con resistencias de 240 ó 260 kg/cm² y un hospital o un puente de 320 a 360 kg/cm².

      Este ejemplo se debe repetir en todos los insumos y elementos estructurales de esas edificaciones. Los puentes también deben ser estructuras superresistentes, pues son vitales para las comunicaciones y las evacuaciones posteriores.